En nuestro hogar, incluso cuando estamos de viaje, que importante es hacia donde está orientada la ventana, ¿verdad? En un hotel, no es lo mismo una habitación con vistas al patio de luces que otra con vistas a la Torre Eiffel o a la Fontana di Trevi, ¿lo habéis pensado de esta forma?
Nos paramos a mirar por la ventana y a veces no podemos hacer otra cosa más que mirar, vemos que sucede en el exterior y, a veces, esas miradas nos devuelven algo de nosotros mismos.
Si pudiéramos viajar en el tiempo, hasta un pasado no muy lejano, veríamos que era la ventana la que nos permitía tener contacto con lo más importante que hay en la vida: las personas. Convivir, relacionarse, comunicarse, incluso, enamorarse. ¿Recordáis esa época maldita donde una simple enfermedad se transformó en pandemia y nos hizo cambiar a todos? Que importante es la ventana.
Todos los grandes artistas han plasmado ventanas y entornos relacionados con ellas, transmitiéndonos el significado que hallan en su mente: apertura, esperanza, futuro, felicidad, imaginación, expectación, anhelo, etc.
Federico García Lorca dijo: “Hay almas a las que uno tiene ganas de asomarse, como a una ventana llena de sol”. Pero no era el único, Paulo Coelho también escribió: “Abrí la ventana y el corazón. El sol inundó mi habitación y el amor inundó mi alma”. Incluso en el cine, Heatchliff, por ejemplo, deja abierta su ventana para dejar pasar al fantasma de Catherine en Cumbres Borrascosas.
El pasado y el presente son las ventanas, aquellas que, como a Lockwood, nos atrapan en la lectura de la obra de Emily Bronte, desde ese primer momento en que la rama de un árbol golpea contra ella. Los libros son nuestras repisas. Nosotros los que nos apoyamos en ellas, desde una ventana.
Es curioso y anecdótico el caso del Rey Guillermo III de Inglaterra que, tras la revolución de 1688, estableció un tributo para poder recuperar las arcas del Estado.
El Rey tuvo el ingenio fiscal de crear un impuesto para que contribuyeran más los ricos y pudientes, considerando el número de ventanas que tenían las casas, como prueba de la capacidad económica de las familias, es decir, a mayor número de ventanas, mayor aportación. Tener una ventana se convirtió en un lujo, lo que provocó que los arrendadores, que eran los que sufrían este impuesto, tabicaran las ventanas con ladrillos y tablones, y que las nuevas construcciones dispusieran de muy poco espacio, para evitar abrir huecos en las paredes. Las viviendas no transpiraban y las condiciones insalubres se convertían en foco de infecciones y brotes de epidemias, que eran cada vez más frecuentes. Fue en 1851 cuando se derogó la ley que, aunque fue un gran fracaso, duró más de un siglo.
Con este artículo quiero hacer partícipes a los verdaderos protagonistas, los FABRICANTES DE CERRAMIENTOS, nuestros clientes, que son capaces de transformar una simple barra de extrusión en un elemento fundamental que, como hemos visto, cumple muchas funciones en nuestra vida, no sólo aislarnos del exterior y protegernos de todo lo que pueda suceder en él.
Firmado por Juan Manuel Díaz Soriano, Gerente de Grupo DISOMAQ.